Probar nuevos sabores, escuchar nuevos ritmos y practicar nuevas tradiciones hace de un viaje una experiencia completa. Por eso, viajar a Tailandia (o a cualquier otro país del Sudeste Asiático) y no dejarse deleitar por un típico masaje, es como no haber viajado del todo.
Por las estrechas calles del sudesde, casi como un sonido más de la naturaleza, se escucha a decenas de mujeres (y no tan mujeres) ofrecer su servicio de masajistas con el clásico "masaaaaash".
Y hay de todo, está el masaje común descontracturante, el masaje localizado a elección (cabeza, espalda, pies), el famoso "Thai Massage" y el que solo susurran a algunos hombres, el masaje con "happy ending".
Lo cierto es que mi primera experiencia con los masajes orientales fue un verdadero placer, tanto para el cuerpo como para el bolsillo. Estábamos en Filipinas y por 3 dólares tuvimos media hora de masajes, con una crema de un aroma exqusito y una chica de manos suaves. Fue en una especie de pieza, que daba a la calle, como el resto de las tiendas y almacenes. Tenía dos camitas chicas y unos cuantos adornos de flores. La luz estaba tenue.
Aunque parezca mentira, y aún habiendo pasado 25 días en tierra tailandesa, no encontramos oportunidad de hacernos masajes en Tailandia. Me acuerdo de haber recibido la mayor cantidad de ofertas, pero sólo acepté hacerme las uñas un día de mucho ocio en Phi Phi.
Bien, llegados a Camboya, y con un itinerario de tan solo 3 días, decidimos que ya era hora de volver a aquel placentero momento de relax. Esta vez, ya subiendo de categoría, entramos a un salón, un tíico spa, también con entrada sobre la calle pero esta vez con piso de baldozas brillantes. Varios sillones para manicura y pedicura nos recibían en fila, todos estaban llenos y había más gente esperando para atenderse. A nosotros nos hicieron pasar al piso de arriba, donde nos dieron un traje como de lino marrón. A cada paso, mayor el asombro, tenían un vestidor para cada uno para cambiarnos la ropa y una canasta para dejar la nuestra. Y todo por unos pocos dólares.
Cuando ya había aflojado todos los músculos de mi cuerpo y me disponía a distenderme por la próxima media hora ¡zas! un codo en el medio de la espalda. Con la fuerza de un jugador de judo, aquella chica que pesaría no más de 40 kilos, hacía presión sobre mi espalda como si intentara tirarme de la camilla. Y así siguió, flexionándome las piernas como si pretendiera entrenarme para el Cirque du Soleil y masajeando con el antebrazo toda mi espalda.
Si había música no recuerdo, estaba demasiado concentrada en mi sufrimiento, de a ratos se sentían los quejidos de Nacho y las risas de su masajista, él también estaba recibiendo unos buenos codazos. Para terminar, no tuvo mejor idea que subirse arriba mío, con un pie me pisaba la espalda y con el resto del cuerpo me estiraba los brazos.
Muchos viajeros aman el Thai Massage y lo sienten de lo más relajante, pero, para nosotros, fue prácticamente sufrimiento.
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