Todo comienza con un miércoles tapado de niebla. Por aquel entonces nos encontrábamos haciendo picking (recolección) de arándanos, fruta que para ser cosechada necesita estar bien seca. Algo que a simple vista parecía ser pesticida era, en realidad, una especie de capa protectora que la misma fruta genera y que si se arranca de la planta húmeda, se arruina. ¡Y yo que no me animaba a comer por si era alguna químico! Con razón los chinos estaban meta darle.
Fue así que, habiendo llegado a las 9 al trabajo, tuvimos que esperar hasta las 11 para poder empezar. En esos momentos, es que nos acordábamos de toda la familia de los dueños de la plantación, porque nos pagaban por kilo y no por las horas que estamos allí a disposición.
Aprovechamos el tiempo para estrechar lazos con nuestros nuevos amigos franceses. Nos hablábamos en inglés, pero cuando no nos salía alguna palabra, la decíamos en español y ellos nos entendían. Nos invitaron con chocolate e intercambiamos contactos de trabajo. Pero bien, una vez que salió el sol, para qué! Era como estar en un sauna! Nos atamos los canastos y seguimos a la supervisora. Nos mandaban de nuevo a la fila del día anterior ¡que ya no tenía más fruta!
En realidad claro, un poco tenía y ellos se aseguraban que el árbol quedara pelado pero nosotros estábamos unas 6 horitas al sol para sacar 6 kilos, una miseria! Fue entonces cuando decidimos que quedarnos allí era perder el tiempo, nuestro valioso tiempo. Avisamos a la supervisora y nos fuimos.
Ahh.. ya se piensan que nos fuimos de parranda! No señor, fuimos a casa a actualizar nuestros currículums, los imprimimos, los fotocopiamos y salimos rumbo a Hamilton, una ciudad grande a 15 minutos de nuestro pueblo. Allí repartimos nuestros curriculums en los lugares que decían “staff wanted”, en bares y hoteles. Pasamos por un bar mexicano, donde claramente identificaron que nuestro acento no era kiwi, nos tomaron el CV y nos comentaron, en español, que estaban tomando gente.
Fue dar vuelta la manzana y ya nos estaban llamando. Sin saber quién era atiendo con un tímido "Hi" y recibo un maravilloso "buenas tardes María Fernanda" con un claro acento mexicano. Por supuesto, no era por las habilidades informáticas y contables que aparecían en el currículum que nos llamaban, sino porque querían emplear latinos. Pues bien, la chica que nos contactó nos preguntó si aceptábamos ir el viernes (estábamos a miércoles) a las 17:30 por un trial (prueba).
"Te me traes un pantalón con el que estés bien cómoda, una blusa negra, uñas sin esmalte, bien limpias y una cola de caballo o una trenza"
"Perfecto, clarísimo, muchas gracias por tenernos en cuenta ¿venimos los dos verdad?"
"Si, ahorita tu me pones al teléfono con Ignacio (¡al fin alguien que no le cambia el nombre!) y yo le explico su parte. Porque tú estarías en la parte de Front of house y él como kitchen hand”.
“Ah... sabes que se corta un poco” le dije. ¡Mentira! Era que no le había entendido un pomo lo que me había dicho en inglés. En fin, se ve que se dio cuenta y me dijo que yo estaría como mesera y Nacho como ayudante en la cocina. Con unas sonrisas de oreja a oreja nos fuimos a un súper chino a comprar remeras negras, por supuesto que las elegimos mirando para arriba, o sea, buscando el cartel con el precio más bajo. Cuando vimos unas por NZD 3,5 (unos 65 pesos uruguayos) nos tiramos arriba.
Esa tarde, yo me saque el esmalte, le corte el pelo a Nacho (para ahorrarnos los 15 dólares de la peluquera) y nuestras flatmates (compañeras de casa) nos imprimieron el menú del bar como para ir con una ventaja. El viernes a la mañana fuimos al picking y avisamos que nos íbamos temprano. Al mediodía nos fuimos, pasamos por casa, nos pusimos preciosos y salimos para Hamilton. Mientras Nacho manejaba, yo comentaba el menú y buscábamos en el traductor las palabras que no sabíamos… algunas en mexicano también tuvimos que buscar!
Una vez llegados (como media hora antes) nos presentamos, el dueño hablaba español y nos explicó las tareas de cada uno. Nacho tenía que lavar toda la losa que se usara esa noche y yo iba a dar una mano limpiando las mesas, tendiéndolas para nuevos clientes y repasando alguna copa.
Al final, se puso tan movido, que Nacho lavó platos y cubiertos por 3 horas y media sin parar y a mi, me faltó solo cocinar. Tendí y destendí mesas, atendí clientes, lleve platos y bebidas, repasé platos, cubiertos y copas, recargué botellas de agua (que se sirven gratis apenas llega el cliente) y alguna cosa más que ya ni recuerdo. De tanto calor ya se me habían hasta llagado los pies, pero había que seguir y sonreírle al último cliente como al primero. Culminada la tarea, nos comentó que haría otras pruebas a otros chicos y que nos ofrecía: a Nacho, tres días a la semana de 6 horas y a mi 5 o 6 días de 6 horas y a veces de más.
¡Tas loco muchacho! Acá venimos a hacer plata, nada de flojera, buscamos un trabajo de 10 horas como mínimo, todos los días de la semana. Bueno, esso fue lo que nos pasó por la mente, pero obviamente, con unas sonrisas muy cordiales le dijimos que esperábamos su respuesta y que agradecíamos, desde ya, esa oportunidad.
Luego de la amena charla, nos invitó la cena, comimos unos burritos y unas quesadillas, picantes como pimienta de mortadela, pero… de arriba un rayo! Aunque este plato de comida, bien merecido que lo tuvimos! Se esperaban un plato de arroz, bueno, era para darle emoción.
En fin, unos días después recibimos su correo y, como era de esperar, habíamos sido los elegidos! Noo, hablando en serio, le agradecimos nuevamente la oportunidad pero preferíamos tomar un trabajo que nos permitiera ahorrar un poco más. Para nosotros fue toda una experiencia, aprendiendo y valorando lo que es estar del otro lado. Fueron casi 4 horas de intenso trabajo que se capitalizaron como conocimiento de una tarea más y que sirven principalmente para que cuando nos sentemos como clientes, seamos tan pacientes, educados, agradecidos y amables como a nosotros nos gustó que nos trataran esa noche.
En pocos días ya habíamos conseguido trabajo en la packhouse de arándanos, pero esa ya es otra historia.