El sábado por la mañana partimos desde Canelones en busca de la Ruta 11 que nos llevaría hacia Colonia. Con un clima poco prometedor emprendimos el viaje hasta la ciudad más antigua del país, el primer asentamiento europeo que data del 1680.
En el camino pasamos por Santa Lucía y San José, dos peajes y una chica haciendo dedo que iba para Colonia. Se llamaba Marianela y vivía en el campo, y aunque no supimos más nada sobre ella, fue nuestra compañera de viaje durante los últimos 30 kilómetros.
Luego de dejar a nuestra tímida compañera de auto, fuimos derecho al hostel donde pasaríamos la noche, ya lo habíamos reservado. Como el check in era a las 13:00 horas y era un poco más temprano, salimos a conocer el casco antiguo y a almorzar.
Nuestro primer encuentro fueron las ruinas de la que una vez fue la casa del gobernador. Caminos y puentecitos de madera permiten el recorrido por las distintas áreas de la extinta casa que van siendo explicadas en carteles. Con toda la buena intención de ilustrar los hallazgos arqueológicos, los mapas en los carteles están un tanto desalineados con la posición real del lector y cuesta un poco comprenderlos, pero si le pones voluntad, es información muy interesante.Ya desde las cuadras aledañas a nuestro hospedaje las calles de piedras y las farolas antiguas van creando el paisaje pintoresco y colonial que ayuda a imaginar la escenografía de aquella época.
A nuestra derecha dos cúpulas captaron nuestra atención, se trata de la Basílica del Santísimo Sacramento o Iglesia Matriz considerada la iglesia más antigua del Uruguay. A la ida sola la visitamos por fuera, pero para la tarde decidimos entrar y nos encontramos con una misa. Nosotros solo íbamos por la arquitectura y su pila bautismal del 1700, así que nuestra sigilosa visita solo duró 2 minutos.
Continuamos la caminata por las históricas callecitas que se visten de color con los restaurantes y cafés que combina fachadas coloniales con opciones gastronómicas modernas y a un precio accesible. Aunque el señor de la paella era muy simpático, nosotros comimos en un nuevo restaurante que tenía una promo de tenedor libre de parrilla y ensaladas con bebida y postre. Para evitar la espera de las mesas para dos, accedimos a compartir con otra pareja en la mesa comunitaria, de paso charlamos y conocimos gente nueva ¡una de las cosas favoritas en mis viaje!
Unas cuadras más y llegamos al Muelle, también conocido como Puerto de Yates por los varios yates que se encuentran amarrados allí. El paisaje es espectacular, el muelle está muy bien cuidado, el piso está construido con tablones de madera y decorado con macetas, bancos y farolas. En los días más calurosos es un sitio ideal para sentarse a leer y escuchar el sonido de las aguas del Río de la Plata.
Por la zona, entre el puerto y el casco antiguo se encuentra la calle principal donde están la mayoría de los comercios, tiendas de recuerdos, bancos y otras tiendas. Aunque sus precios puedan ser inferiores a los del barrio antiguo, no tiene ningún atractivo a la vista y es igual a la calle principal de cualquier otra ciudad del país.
El frío viento del muelle nos despidió rápido y volvimos hacia el casco antiguo porque aún nos quedaba lo mejor, al menos para mí, el faro, la Puerta de la Ciudadela y la hermosa Calle de los Suspiros.
El faro estaba cerrado en ese momento pero abría a las 14:30 y la entrada costaba nada más que $U 25 (menos de 1 USD). Los muros que lo rodean son impresionantes, tanto por su construcción en piedra como por su ancho.
La Puerta de la Ciudadela o Portón de Campo es otro de los símbolos emblemáticos y vale la pena contemplarlo unos minutos. Sacar una foto sin turistas es una tarea difícil, pero aún así se aprecia la muralla, las cadenas y hasta se puede ver un cañón.
La Calle de los Suspiros tiene un encanto que no puede describirse fácilmente. Mide tan solo una cuadra pero es suficiente para enamorarte. Yo la había visitado por primera vez cuando niña y, aunque en aquel entonces me parecía mucho más larga, me había generado ese mismo asombro que me produjo el día de hoy. Las fachadas de las casas junto con las irregulares piedras de la calle empinada son las responsables de crear esa sensación. Los colores , las manchas y las texturas en las paredes son una verdadera obra de arte.
Por la tarde volvimos a recorrer algunos de los sitios del barrio histórico para ver las farolas en acción. Nuevamente la Calle de los Suspiros es un imperdible de la noche. Además visitamos el faro y su luz roja y el Puerto de Yates.
La emoción de nuestra noche fue encontrar un geocache en una de las paredes exteriores del museo donde se encuentra el esqueleto de ballena.
Por la calle principal del centro se abren varios restaurantes de minutas y parrilla y por la costa hay algunos pubs.
Después de esta vuelta, y aún con la panza llena desde el almuerzo, nos fuimos al hostel a tomar un tecito de manzanilla calentito mientras mirábamos, de a ratos, el partido por el tercer puesto de la Copa América. Nuestra compañía, la perrita Elvira.
El domingo por la mañana, antes de abandonar la ciudad, recorrimos la feria de los domingos donde se puede encontrar desde quesos, semillas y verduras, hasta tejidos de coche y antigüedades.
La última visita fue al Bastión del Carmen, ya lo habíamos visto desde el Puerto de Yates pero no habíamos entrado. Unos portones de época reciben al visitante, al entrar hay un cartel con el mapa de la fortificación y la ubicación del bastión. Construido en 1880 como plataforma de artillería terminó siendo fábrica de jabón y cola, entre otras funciones.
Además de la alta chimenea que se destaca en la construcción, el atractivo principal es bajar una pequeña escalera (accesible desde al borde del agua) hacia una especie de túnel donde se puede ver el agua, por eso creemos que desde allí saldrían barcas en épocas de guerra.
Despidiéndonos de Colonia, tomamos la Ruta 1 para volver a Canelones. En el camino, hicimos tres paradas para conocer dos ciudades que nunca habíamos visitado y encontrar el segundo geocache del fin de semana. La primera, Juan Lacaze de la que solo sabíamos era oriundo Osvaldo Laport. Aunque ya teníamos un poco de hambre, no encontramos nada abierto en el pueblo.
En busca de un rico plato de pasta, retomamos viaje rumbo a Nueva Helvecia, también conocida como Colonia Suiza, una ciudad fundada por emigrantes europeos, en su mayoría suizos. Allí visitamos su plaza principal, la Plaza de los Fundadores, donde se erige una gran estatua de dos trabajadores agrícolas. En frente a la plaza, se encuentra una iglesia, también atractiva para quienes les gusta admirar la arquitectura.
Ahora si, después de un buen plato de ñoquis suizos yo y uno de sorrentinos Nacho, continuamos el recorrido a nuestra tercer parada, el balneario Kiyú. Unos 15 kilómetros adentro, y por calles de tierra, nos esperaba un tesoro difícil de encontrar. Estábamos en una especie de bosque, las coordenadas indicaban un árbol pero buscamos y buscamos y nada. Después de revisar todos los árboles y matorrales, casi a punto de rendirnos, apareció una lata en el piso, así no más, sin esconder. Firmando nuestro logro y escondiéndolo en las coordenadas del primer escondite, termina nuestro paseo del fin de semana.
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