Tomo un sorbo de té y miro por el balcón. Intento aclarar mi mente, mis pensamientos sobre esta ciudad, para convencerme de cuál es mi postura y ver si puedo transmitir esas ideas cuando me preguntan ¿y cómo es Berlín?
Levanto la vista y veo dos torrecitas como de reloj, de ladrillos oscuros, como imaginaríamos cualquier torre de castillo antiguo. Pero miro bien y no es ese lugar encantado. Berlín no es como esas otras ciudades europeas de fachadas renacentistas que te hacen sentir como en un cuento. No es y no puede serlo. ¿Cómo puedo pretender ver aquello que fue totalmente destruido por la guerra?
La ciudad carga el peso de su historia sobre sus hombros y es importante conocerla para entender el Berlín presente. Como turistas tendemos a esperar ver y sentir cosas en un nuevo destino, nos pasa aun sin quererlo y como generalmente solemos pasar pocos días no nos da tiempo a juzgarlo como se merece. Berlín es completamente única, eso la hace digna de ser elegida por un buen viajero. Es visitar un lugar y saber que no es más de lo mismo, que tiene su propio carácter y su propia atmósfera... y vaya que la tiene!
La primera vez que estuve en Berlín no me gustó mucho. ¿Por qué? Porque traía expectativas y prejuicios. Hasta entonces, yo suponía que los alemanes eran una especie de seres robóticos, sumamente puntuales, pulcros, prolijos que vivían en calles completamente limpias y ordenadas. No imaginaba ver tachos de basura desbordados, botellas de cerveza en la calle, muros vandalizados y columnas tapadas de afiches superpuestos... y cuando vi todo eso me desilusioné. No me crucé con ninguna rubia alta de trenzas ni con hombres de cabellos platinados con corte militar vestidos con camisas blancas como la nieve. No, por las calles abundaban turcos, españoles, latinos y seguramente más turcos. Y cuando reconocía a un alemán estaba como bastante más desalineado de lo que sospecharía. Las chicas con medias negras rotas acarreando bicicletas en el tren y los chicos con unos gorros de lana mal calzados y una botella bajo el brazo.
Para ser honesta, aun estoy procesando un montón de reflexiones pero, para compartir con todos los que me han preguntado cómo es vivir en Berlin, esto es lo que pienso hasta ahora.
Para empezar, es cierto que tiene varias cosas a las que categorizaríamos como de primer mundo, ciertas actitudes colectivas, costumbres que creo no funcionan en otros lugares. Por ejemplo, el sistema de transporte basado en la confianza. Aquí no hay molinetes que impidan entrar o salir de la estación, o guardas que pidan el boleto, simplemente llegas y te subes al tren, subte o bus sabiendo que tienes un ticket que solo te pedirán en caso de que suba un inspector. Ese tipo de cosas, sumado a los bajísimos precios de comida, bebida y ropa, hace que sientas que tienes una buena calidad de vida o, al menos, que estas viviendo en un buen lugar. En resumen, para el día a día, es seguro, barato y con muchos avances del primer mundo.
Es una ciudad donde el gris y el frío predominan pero no te absorben porque siempre encuentras un parque enorme donde volver a respirar aire puro, un mural de vivos colores donde jugar con la imaginación o un barcito super cool donde tomarse una cerveza.
Si tuviera que describir a Berlín como una persona diría, sin dudarlo, que es hipster. Le gusta lo diferente, la moda alternativa, la música House e Indie y el cine independiente. Se lleva bien con todos, es sinónimo de diversidad y tolerancia aunque no siempre tiene buenos modos ni es la más simpática. A veces se deja estar, posiblemente no se bañe todos los días pero aún te le puedes sentar al lado sin mucho problema. Le gusta la cerveza a toda hora y en todo lugar, tanto le da tomar en el tren como en el parque. Tiene un montón de Mercedes-Benz pero prefiere andar en bicicleta. Es rebelde y le gusta expresarlo, a veces con meras rayas y otras con verdaderas obras de arte. Así de particular y fascinante es Berlín. Y yo me siento a gusto con ella.
Los alemanes dicen que Berlín no es Alemania, aún no lo sé... tendré que comprobarlo.