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BERLIN LIFE: ÉRAMOS TAN POBRES...


¡Qué contenta se va a poner mi madre cuando sepa que uso sus refranes!


Podría armar una frase sofisticada y describirme como una ambientalista que disfruta del reciclaje o una gurú del movimiento neo vintage hippie chic que disfruta de las reliquias vanguardistas de segunda mano y la restauración de muebles. Pero creo que la verdad es, simplemente, que tengo alma de cartonera.


Mientras tanto, Berlín parece ser el lugar ideal para desarrollarme profesionalmente en este hobby.

Hace unos capítulos atrás les comentaba lo fácil que es amueblar la casa gratis o conseguir descuentos en el supermercado juntando botellas de la calle, pero hoy vengo con un poco más de evidencia y anécdotas para los que estaban curiosos.


Empecemos por los muebles, hay dos maneras para conseguir muebles gratis: encontrarlos en la calle o verlos publicados en Facebook. Esto no es algo exclusivo de Berlín ya que en muchos otros lugares, inclusive en Uruguay, existen grupos de Facebook donde regalan muebles y cosas usadas, pero aquí es como que regalan esas cosas que uno, en principio, intentaría vender. Un sofá de 3 cuerpos, una cama en estado impecable, una heladera que funciona y está sana, un televisor moderno, etc. Creo que lo que me llama la atención es, en realidad, la cantidad y la calidad de las cosas.


Por lo general, cuando uno en su casa quiere renovar algo, si lo "viejo" está bien lo intenta vender o donar a alguna escuela, institución pública o pasarlo entre familiares. Pero aquí continuamente te lo colocan en la calle o lo ofrecen por Facebook. Entonces, si bien es cierto que en todos lados solemos regalar algo de lo que ya no usamos, no es común que alguien que recién se muda consiga la heladera, la cocina, la mesa, las sillas, la cama y el sillón todo gratis.


Mi primer contacto con este mundo de muebles gratis fue cuando Nacho me mandó un video en el que se estaba llevando un sillón para la casa (el sillón que tenemos ahora). Además había conseguido unos pallets que estaban impecables y le iban a regalar una cama. Mi entusiasmo era tan grande que no sabía si las ganas de volar a Berlín eran para verlo a él o para juntar cosas de la calle. Y ahora que estoy aquí, cada vez que encuentro algo que necesito (o que pienso necesitar) me lo llevo, feliz como una niña con caramelos.


En mi historial ya tengo una caja de cartón negra, un mueblecito con estantes, una colchoneta inflable y unas tablas de madera.


Hasta aquí, diríamos que cualquier ser humano normal puede beneficiarse y disfrutar de los muebles gratis pero, tal vez, se empieza a complicar cuando el entusiasmo se vuelca a salir a juntar botellas. Sí, lo que están leyendo, he juntado botellas por las calles de Berlín.


Déjenme hacer una pequeña introducción antes de que se me escape un ¡juntar botellas es lo más!


Resulta que, al igual que en Uruguay se hace con los envases retornables, en Alemania se pueden devolver también los descartables como latas y botellas de plástico fino. Cada vez que alguien compra una bebida debe pagar un costo adicional por el envase que recupera luego cuando lo devuelve. Es una iniciativa en la que tanto el medio ambiente como las empresas se ven beneficiadas y los consumidores ven en esta devolución un incentivo para clasificar los residuos en la casa y no tirar las botellas en la calle.


Pero... no todos parecen interesados en recuperar su dinero y allí es donde personas muy astutas como yo ven una oportunidad de negocio. Bueno, no es que sea tan así pero casi. Berlín no es una ciudad muy limpia, asi que ver botellas en la calle no es algo que desentone con el ambiente, pero la verdad es que la mayoría son abandonadas intencionalmente por quienes beben algo por la calle y les complica andar acarreando la botella. Por ejemplo alguien que va paseando y compra un refresco, en vez de caminar luego varios kilómetros con una botella vacía en la mano, la deja y sacrifica los 0,15 euros. En vez de tirarlas con el resto de la basura en un contenedor, la deja fuera porque sabe que alguien pasará para llevársela.


Y ese alguien he sido yo.


Bueno, yo y muchos más. En su mayoría hombres mayores que pasan con carros y bolsos por todos lados a todas horas. He leído de jóvenes que salen a caminar los viernes y sábados a la noche por las calles donde hay más bares y se han hecho hasta cien euros al mes, solamente saliendo dos horas durante cuatro fines de semana. Yo no he llegado a eso e incluso una tarde de picnic en el parque doné mi botella a los señores que juntaban, pero una vez que habíamos salido a caminar yo veía las botellas en el suelo y no podía dejar de calcular cuánto estábamos perdiendo de ganar. Así que a la vuelta, chismosas en mano, nos trajimos todas las botellas que encontramos y nos hicimos 4,66 euros. Y con eso, aquí en el supermercado, compras mucho: ¡comida, bebida y postre!


Así de divertidas han sido mis primeras semanas en Berlín, quién sabe cuál será la próxima anécdota. Si me hubiesen dicho hace un par de años que iba a ordeñar vacas y recoger fruta en Nueva Zelanda o construir mis muebles y juntar botellas en Alemania, no les hubiera creído. Pero de ahí en más, sé que todo es posible.

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